Más bien debería decir Cosquillas la Vieja, y es que la Nueva parece no haber heredado nada de la original. Eso sí, ha desarrollado como localidad la misma frialdad y prepotencia que desprendían aquellos hombres enchaquetados al primer golpe de olfato de cualquier nariz local. Esos enchaquetados que mandaron construir en tres meses Cosquillas la Nueva, para aprovechar el concurso y hacer negocio con el alojamiento de turistas. Pretendiendo fabricarlos en serie, como fabricaron sus chaquetas, como fabricaron sus camisas. Así fue que se fueron, tal y como vinieron, enchaquetados pero sin hacer un amigo que respondiera a su falsa sonrisa. Quizás pensaron que los habitantes de Cosquillas (la vieja) estarían deseando romper la tradición de alojar, en los días del concurso, a los visitantes en sus famosas buhardillas sin cristales en las ventanas. Quizás pensaron que el parque de atracciones de la Nueva sería más atractivo que el chocolate de fiestas y el pastel de calabaza dulce que se consume por toneladas por esas fechas. Tanto y tan mal pensaron que hoy la Nueva aparece invadida por un regimiento de rodantes espinardos, como las ciudades del lejano oeste pero sobre una alfombra de inerte asfalto. Mientras, la vieja sigue verde, con sus caserones de madera y piedra, sus fuentes en cada plaza y sus canales naciendo de cada fuente.
Una semana antes del concurso llegan los jueces asomando sus pequeñas cabezas por la ventanilla del tren-teleférico que cuando comienza la pendiente se olvida de la vía y asciende colgado hasta lo alto de la colina. Pero es ya en Cosquillas, cuando las dársenas de piedra de la estación sostienen sus zapatos por primera vez y reciben el aplauso de toda la villa, cuando sus pupilas se dilatan, sus pulmones se hinchan y sus ocho años sonríen con toda la inocencia y amplitud que esa edad puede abarcar.
Sí ocho años; y es que los jueces del «Concurso Anual de Cosquillas de la Notable Villa de Cosquillas» tienen que tener entre ocho años y un día y nueve años menos un día. No es casualidad, ni capricho tampoco, es algo científico. Los estudiosos más concienzudos han demostrado ya en varias ocasiones que los niños con más de ocho años y menos de nueve son los más capacitados para medir la calidad de unas «buenas cosquillas». Según las mayores eminencias, la experiencia, responsabilidad y tristeza de los adolescentes y adultos contamina las sensaciones que producen y no permiten ser un buen catador de cosquillas. También es cierto que los niños y niñas de menos de ocho años no son los mejores; aunque un último estudio advierte que es por una cuestión de matemáticas, ya que a esa edad en las escuelas aún no les han enseñado las terribles cuentas que hay que realizar para valorar todos los apartados del concurso.
El jurado lo componen 30 niños (quince niños y quince niñas) y todos ellos irán puntuando en las distintas modalidades del concurso, cosquillas de pies, cosquillas con pluma, cosquillas para dormir y por supuesto las cosquillas clásicas. Ah!, y la modalidad que más sorprende, nuevas cosquillas. Esta disciplina ha sido llamada el I+D de las cosquillas y cada año sorprende con nuevas máquinas como «El Cosquillator», capaz de hacer cosquillas en los tres puntos clave a la vez (pies, cuello y axilas) ó con nuevas técnicas de cosquillas como las cosquillas de uña ó la cosquilla única, una sola cosquilla que aplicada una vez, en un punto en concreto proporciona carcajadas durante más de quince minutos.
Cualquiera que haya estado en alguna de las «salas de cosquillas» entiende que los cosquilleros se toman la preparación del concurso muy en serio. En una sesión de cosquillas se respira artesanía en los movimientos del concursante que realiza cada gesto con solemnidad, con el respeto y la dignidad de un gran arte. Sus brazos parecen flotar mientras sus dedos se mueven a una frecuencia casi invisible para el ojo, con la seguridad de aquel que tiene sobre sus dedos muchas horas de preparación y esfuerzo.
Las salas de cosquillas, al aire libre, están rodeadas por unas telas blancas que permiten ver desde el exterior y parecen totalmente opacas desde el interior. Aportando así la intimidad que sembrará la magia entre cosquillero y acosquillado.
El silencio es fundamental y hasta los bebés de la villa desplazan sus llantos durante las sesiones. Puedo garantizaros que durante las dos horas de las sesiones de exhibición de mañana y las otras dos de concurso por la tarde tan sólo se oyen carcajadas en cada esquina y el rumor del agua que huye de las fuentes colina abajo por los canales. El resto de sonidos sobran porque la combinación entre el gesto de concentración del cosquillero, las carcajadas de los acosquillados y los movimientos de ambos crean todo el universo que el espectador es capaz de habitar durante esas horas. Hasta que al tocar la campana de la torre, irrumpe un escandaloso aplauso devolviendo el sonido a la notable villa. Es frecuente encontrar cocineros en Cosquillas bromeando, adjudicando al chocolate de fiestas y al pastel de calabaza dulce, repartidos al terminar las sesiones, la responsabilidad de tan atronadoras ovaciones.
El año pasado el médico local tuvo que atender algunos empachos, sobre todo de los jueces, y no es casualidad, yo mismo fui juez, hace muchos, muchos años y puedo confirmaros que a cada 50 pasos te asalta un cocinero deseando recibir un halago por su pastel o chocolate. En cosquillas se valora muchísimo la opinión de un juez, «la verdad de los ocho años!», dicen ellos. Menos mal que no hay nada como una noche de descanso en las buhardillas sin cristales en las ventanas y nada como la brisa nocturna de cosquillas para aliviar cualquier mal. Jamás llovió durante un concurso y jamás faltó una luciérnaga en la ventana de una buhardilla donde sumara los puntos un juez. Lástima que este año no habrá concurso, ni nuevas formas de hacer cosquillas. No habrá chocolate ni pastel, ni carcajadas, ni luciérnagas, y nadie en las buhardillas, pues hace 8 años que no hay adultos dispuestos a regalarle a la vida un juez de cosquillas…
Tierno, delicioso y, con un profundo mensaje. Gracias por este regalo, amanso3 . Es un auténtico placer leer tus trabajos.
Gracias a tí Pily, es grato sentir que hay quien disfruta con lo que nace de uno. Acabo de publicar una novela «La Sonrisa de los Tristes», si te apetece leela pásate por facebook. Estamos en contacto 🙂