–Ya estoy harta de mentiraaaaas.
–Del pasado al porvenir
–cada senda que recorres es sólo para fingiiiiiir.
–Si crees que no me doy cuentaaaaa
–de que me estás engañandooooooo
–lo vas a tener jodidoooooooo porque te la estoy guardandoooo.
Después de tantos años juntos, Manuel no ignoraba las habilidades de su mujer en el arte musical. Era raro el día que no escuchaba una muestra de su largo repertorio porque Juana siempre estaba cantando. Muchas veces se preguntaba si tendría algo de cierto ese refrán que ponía en evidencia el soterramiento de la doble intención. (Ese gallo que canta…) A pesar de todo él disfrutaba oyéndola. Tenía una bonita voz y un sentido del ritmo bastante aceptable, aunque aquel domingo precisamente… no sabía qué, pero algo le estaba sonando raro. Manuel apagó el televisor, a pesar de que estaba viendo una de sus series favoritas, y agudizó el oído. Juana se estaba duchando y el ruido que hacía el agua al estrellarse en la bañera le servía de acompañamiento mientras que su voz seguía alzándose clara y concisa, por encima del sonido de la ducha.
–Hay quien por ser un cobardeeeeee
–cuando bebe calimochooooo
–miente tanto que le creceeee
–la nariz como a Pinochoooooo
¡Coño! ¿Qué pasa aquí? Manuel no daba crédito a lo que estaba oyendo. Acaso Juana… ¡No, que va! Era demasiado ingenua para sospechar nada. La voz de su mujer seguía retumbando en toda la casa y él contenía la respiración para no perderse ni una sola letra de la copla. Debía estar atento por si acaso, tenía planes para esta tarde y por nada del mundo quería correr riesgos innecesarios. Ya sabía cómo se las gastaba Juana. ¿Pero que le estará rondando a esta mujer por la cabeza? –pensaba–
–¿Cariño, te falta mucho?–gritó mientras se acercaba al baño.
Al otro lado de la puerta nadie contestó, Juana seguía canturreando, en esta ocasión algo ilegible, que consiguió despertar en él todas las alarmas de prevención, mientras que su inquietud le iba borrando cualquier tipo de argumento convincente para la defensa. Lo peor de todo era que aún no sabía de qué tenía que defenderse. Tras unos minutos de espera, Juana abrió la puerta y con decisión cruzó el pasillo, medio envuelta en una toalla, sin dedicarle ni siquiera un leve gesto a su marido, mientras tanto él seguía mirándola embobado y con cara de inocente.
–Pero… –acertó a decir–¿Se puede saber qué te pasa?
Aquella ingenua pregunta fue el detonante de un estruendoso ataque de ira por parte de su mujer.
–¡Que qué me pasa! Respondió ella en un tono demasiado elevado.
–¡Serás…!–La frase fue interrumpida por un fuerte resoplido tras el cual se perdió camino de su habitación, a continuación se oyó un portazo que consiguió dejar a Manuel totalmente desconcertado. La verdad es que la vio tan enojada que ya casi ni se atrevía a seguir preguntando más. Aquello tenía muy mala pinta pero… había que echarle valor así que, abrió la puerta del dormitorio y le dedicó a su mujer una patética mueca de imploración con la esperanza de que aquella sumisión voluntaria despejase los peores presagios.
–Juana, no sé que estará pasando por tu cabeza, pero yo…
–¡Maldito cabrón de mierda! ¡Eres un puto mentiroso!–le espetó ella mientras le miraba fijamente a los ojos.
Manuel balbuceaba aterrado, era consciente de que estaba siendo sometido a un interrogatorio silencioso del que temía salir escaldado. Muy despacio intentó pronunciar una excusa que no consiguió terminar. ¿Cómo iba a explicar él a su mujer que sus aventuras extra matrimoniales eran únicamente eso, aventuras? La situación estaba resultando insostenible así que decidió optar por el camino más fácil.
–Juana… Creo que tu enojo es desorbitado, para mí no hay nada ni nadie en este mundo más importante que tú y eso ya deberías saberlo. No entiendo este exceso de furia por tu parte.
–¿Que no qué? –gritó ella–¿Pero cómo es lo tuyo, Manuel? ¡No, por favor! ¡No te molestes, no hace falta que me respondas! Lo haré yo por ti; lo tuyo es puro teatro. Te empeñaste en trasformar tu vida en un puto escenario de plástico y al final lo has conseguido. ¡Enhorabuena!
Mientras ella proseguía impasible su discurso, Manuel, con una lentitud pasmosa entornó sus ojos en un auténtico gesto de arrepentimiento avalado por el terror que le inundaba al sospechar que su matrimonio estaba en peligro.
Me cago en los tentadores flirteos ─reflexionó─, me cago en los deslices pasajeros, me cago en cada una de las tías buenas que se ponen ante mí disfrazadas de querubines y en realidad son unos auténticos diablos. Mi vida era perfecta. ¿Por qué tuve que estropearlo todo?
La eficacia de sus auto reproches no era demasiado buena, su arrepentimiento convulsionaba entre sus tentadores recuerdos para terminar convirtiéndose en una risa fácil y nerviosa que conseguía irritar más aún a su mujer. Inesperadamente Manuel fue sacudido por una taquicardia emocional y sacando fuerzas de no sabe dónde, se dirigió a ella, en un tono más que penoso. –Escúchame Juana: ahora mismo voy a salir por esa puerta: cuando te calmes y puedas perdonarme, o cuando logre vencer mi cobardía, mis miedos y mis complejos; o mejor aún, cuando tú me lo pidas, volveré.
–¡Dios mío! ¿Pero tú quien te crees que eres? –respondió ella–¿Acaso estás en condiciones de poder sentirte ofendido? ¿Qué pasa Manuel, que no tengo derecho a enojarme contigo? Eres tú el que mientes, no yo. Tú el que, supuestamente, asiste cada domingo al Carlos Tartiere a ver a su equipo favorito ¿no es así?
Manuel no daba crédito a lo que estaba oyendo. Aquello era surrealista, una auténtica pesadilla irrisoria.
–Juana, ¿me quieres explicar de una vez qué es lo que tanto te molesta?
–Por supuesto, cariño, pero lo haré a mi estilo.
Después de un silencio deliberadamente prolongado y ante el asombro de su marido, Juana suelta una estrepitosa carcajada y comienza nuevamente a cantar.
–No te voy a perdonaaaaar
–el que siendo Carbayón
–vayas a vitoreaaaaaar
–al Sporting de Gijóoooon.
Pa que me perdones regaslote unos carbayones jejejejeejej