Afuera, la noche oscura engullía cualquier luz que osase atravesar las ventanas del tren. Dentro, Damián estaba solo en el vagón desde que una mujer, la última pasajera, se había bajado un par de paradas antes. La había visto llorar y escribir en un cuaderno, reflejada en el cristal negro y pulido de su ventanilla durante la mitad del viaje. Unos instantes antes de que abriesen las puertas, Damián vio cómo se enjugaba las lágrimas y trataba, sin éxito, de recomponerse el maquillaje. Murmuró un “¡Esto es imposible!” al verse reflejada en el cristal, cogió su bolso, el móvil y la maleta pequeña que llevaba y se bajó del tren. Sobre el asiento dejó un papel, púlcramente doblado y partido en dos.
Damián tardó tres paradas más en acercarse al papel. La curiosidad podía con él, le empujaba, pero quería estar seguro de que su dueña no volvería a reclamar su posesión. En su cabeza, la sola idea de abandonar un escrito como aquel, parido a fuerza de lágrimas y bilis, le producía una inmensa sensación de pudor. Tras unos momentos luchando, cedió a la tentación y cogió el papel. Era una hoja de aquella libreta que reflejaba la ventana, doblada por la mitad y partida, otra vez, al medio. Damián volvió a dudar y pensó que aquel puzle no quería ser resuelto y lo mantuvo en la mano unos instantes. Luego, con parsimonia, extendió los cuatro pedazos de papel sobre el asiento y lo leyó. Más de la mitad de la hoja estaba tachada con furia y sólo habían quedado indemnes tres líneas. “Ésta ha sido la última estación de nuestra relación. Ahora puedes subirte a ese tren que tanto temías perder, sin equipaje ni molestias. El mío ya salió hace tiempo.” Damián sintió cómo la vergüenza le teñía la cara de color rojo, dobló la carta cuidadosamente, tal y cómo estaba y se sentó en el extremo opuesto del vagón. Un rato después, se bajó en su parada, la última del trayecto y, antes de abandonar al estación, había olvidado la carta y a la mujer.
Después de la grata sorpresa que llevé hoy al abrir Cuentas Cuentos, comencé a leer, ávida de historias nuevas, y confieso que según iba leyendo se fue apoderando de mi una prisa desmesurada por saber el contenido de ese (papel olvidado en el asiento del tren). Una historia muy bien contada, Diego. Has colocado hábilmente la dosis justa de intriga para envolver al lector entre curiosidad y urgencia por llegar al desenlace. El final buenísimo. ¡Enhorabuena!
Me alegro que te haya gustado. Lo cierto es que tengo un par de versiones de este texto (http://www.n1mh.org/caballo-de-hierro/) y, como hace poco rescaté todo lo que había escrito para la revista del taller, me apeteció volver a publicarlo.
A partir de ahora voy a comenzar a colgar aquí los textos que preparé para la revista y no será una vez cada seis meses.
Me encanta oír eso. Estaré atenta.
Hola chicos. A mi tambien me ha gustado.Buena dosis de intriga!!!