María y José

María pasaba los ratos libres a su lado. Quería compartir el calor de su cuerpo con el de aquel pequeñísimo niño para que se animase a vivir. El contacto físico de los recién nacidos con otro ser humano es mucho más beneficioso que una incubadora de última generación. Ella se empeñaba en regalarle a este bebé no solo el roce nutriente de su piel, sino también su cariño en forma de abrazos.

Sus compañeras de neonatología habían tenido una gran idea. Tres personas se habían presentado al programa de voluntarios, para abrazar a prematuros abandonados a su suerte en aquel macro-hospital. María trabajaba como enfermera de oftalmología y cuando vio los carteles en las paredes de su planta, no dudó en apuntarse. El aislamiento y la soledad que sentía en aquella ciudad tan grande le habían movido a hacerlo. Además se acercaban las fiestas navideñas y a María no le quedaban familiares con quienes compartirlas. «Qué mejor lugar que la sala de incubadoras para sentirse arropada como una niña…» masculló con ilusión.

El día de Nochebuena llegó temprano para ayudar a preparar la cena que compartiría con las enfermeras de la planta de prematuros. Cuando se iba acercando al cristal de las incubadoras intuyó que algo iba mal, pues no veía a su niño en ninguna de ellas. En cuanto entró, Virginia, la enfermera jefe, le dirigió una triste mirada. En una zona del fondo de la habitación contigua había mucha luz que resaltaba el blanco de la bata del joven médico, que junto con dos de sus compañeras se afanaban en ejecutar el ritual de reanimación. Todos ellos hacían movimientos muy rápidos alrededor de la pequeña camilla. María echó a correr y cuando vio a su ángel menudo casi muerto, comenzó a llorar. Los salvadores continuaban su trabajo, pero ella ya sabía que se iría.

En el momento en que José, el pediatra, tapaba aquel diminuto cuerpo con una sabanilla, levantó la mirada y vio los ojos de María. Aunque el dolor y la pesadumbre asomaban por la mirada de ambos, sintieron la calidez del encuentro de dos almas destinadas a sentir curiosidad por la vida. Los dos sabían que a pesar de todos los pesares, la vida es bella. Solo les quedaba comenzar a compartirla y recordarían siempre esta noche de contrastes. Una noche de muerte y de vida. Una noche llena de amor.

Diciembre de 2011

Por diego

Pues eso, alguien loco, con cinismo, pleno de deseo y vacío de saliva de tanto gritar en el desierto.