Mientras se dirigía a su trabajo, Don Lucas caminaba despacio y pensativo, dispuesto a enfrentarse a un nuevo curso en el que, cómo cada año, pensaba compartir con los alumnos todos los rincones de su larga experiencia. Llevaba días ensayando un discurso de bienvenida que resultara convincente, quería engancharles desde el primer momento.
No podía evitarlo, cada vez que se encontraba con alumnos nuevos, el subconsciente le obligaba a retornar a sus comienzos subrayando en su recuerdo el fascinante momento en que se había dejado seducir por la imaginación, para caer rendido ante un papel en blanco. Esa fue siempre su debilidad. A día de hoy, esa visión, aún sigue ejerciendo sobre él una especie de embrujo que no logra dominar. Sacudiendo sus pensamientos, Don Lucas abrió la puerta y saludó sonriente a todo el personal. En el nuevo taller, le esperaba un grupo de alumnos de todas las edades y rangos culturales, que le recibieron con una lluvia de miradas atentas a cada uno de sus movimientos. Acostumbrado a esas situaciones, se propuso tomar el control de inmediato para que no se percataran de su propia inquietud, porque tanto silencio en el aire, al final, siempre conseguía transformarse en una larga cadena de interrogaciones a las que él no podría responder con indiferencia.
Una vez hechas las presentaciones reglamentarias y después de colocar meticulosamente sobre su mesa el material de trabajo que había sacado de su maletín, carraspeó repetidas veces y comenzó a pasear por el aula, mientras iniciaba un discurso con las mismas palabras que su profesor le había repetido a él tantas y tantas veces en sus comienzos…
(Si queréis ser escritores, debéis convertir el acto de escribir en un hábito, en una necesidad, una obligación, un deseo: un placer y un deber. Echar la vista atrás es conveniente cuando se trata de mirar hacia delante. Cuando os hablo de escribir no me refiero sólo a sentarse ante una pantalla en blanco y llenarla de palabras que nos vacíen, sino a todo lo que conlleva el acto creativo: observar nuestro entorno, reflexionar sobre lo que vemos o sentimos o intuimos, tener siempre las alarmas encendidas para que nos avisen de materiales útiles para nuestra inspiración).
El profesor volvió a carraspear a la vez que observaba el interés de los alumnos y, ya más sereno, siguió con su propio discurso. En esta profesión hay que procurar siempre unir el esfuerzo con la sensibilidad, la fantasía con el atrevimiento, el miedo con la prudencia y, sobre todo, hay que saber poner alas en el pensamiento. Es necesario enamorarse del papel en blanco, para que al final podáis lograr esculpirlo perfectamente con la imaginación. Tenéis que aprender a tallar las palabras, a darles la forma que vosotros deseáis, apoderaros de su alma y ponerles vuestro propio sello.
Comenzaremos los ejercicios de hoy dando un largo paseo por los surcos de la memoria, buscaremos minuciosamente en cada rincón, para que nada pueda pasar desapercibido. Un escritor tiene que ser un forense de las palabras, debe saber observar la conducta de las personas, utilizando técnicas de psicología, para poder analizar desde una perspectiva que integre todos los planos. Debe cargarse de empatía y luego… empuñar el bisturí y seccionar sin miedo, es mejor que sangre una palabra a que hiera.
Luego tendremos que aprender a revolver entre las tripas de cada pensamiento, para arrancarle la bilis y quedarnos con lo mejor. Es necesario leer mucho, hurgar entre los sueños de otros autores y aprender a mirar las cosas de un modo diferente. Cada libro que leemos se convierte, por arte de magia, en un abono de gran valor para nuestro cerebro. Tenemos tanto que aprender. Tienen tanto que enseñarnos.
No debemos olvidar jamás que el escritor posee en su mente la habilidad de reinventar el mundo cada día, haciendo una reflexión permanente de cualquier aspecto de la vida. Podemos dibujar una diana, disparar y vaciar sobre ella el cargador de los sentimientos, de los sueños, de las realidades, de las cosas buenas y las menos buenas; todo es válido para crear, todo, menos el miedo. De vez en cuando es conveniente romper las formas y atreverse a jugar con la imaginación, obligándola a esforzarse para ejercitar los sentidos y la intuición. Jamás os atreváis a desdeñar la suerte ni la casualidad y, si de verdad aspiráis a llegar a ser buenos escritores, no os queda otra alternativa más que confiarles a los dedos y al teclado la difícil misión de expresar vuestros sentimientos. Dejad que troten unos sobre el otro, que jueguen con las letras, que investiguen, que inventen paraísos.
Dejad que la tinta haga el amor con el papel, que lo contemple, lo mime y lo acaricie, que se emborrache de pasión y se fusione en una complicidad absoluta hasta que finalmente derrame el esperma de una nueva vida, creada únicamente por vuestra imaginación. Un escritor no debe de olvidar nunca que en el solar de un folio en blanco se pueden construir los cimientos de un mundo mejor y comprometerse hasta la médula con cada causa que merezca la pena. El profesor interrumpió por un momento su discurso para observar nuevamente a los alumnos y no pudo evitar sonreír satisfecho. Tantos rostros de miradas atentas le hicieron paladear aquel mágico instante.
Y por último –continuó– recordaros que con esta profesión tendréis la oportunidad, cada día, de poner freno a las balas que asesinan al mundo. Contáis con las herramientas y el armamento adecuado, sólo tenéis que recargarlo con vuestra propia munición, que no será otra que la palabra preñada de cultura, razonamiento y voluntad de acero, con ella quizás podáis derrotar los intereses más crueles de la humanidad.
Leed mucho, formaros, informaros, haced buen uso de las palabras. Tratadlas con mimo y seréis recompensados. Suelen ser fieles y agradecidas.