Cordoveyos

Me siento vacío. Es como si parte de mi vida se esfumase. La rabia va buscando un lugar por donde salir y a su paso ciega mis pensamientos. La ira no acompaña mi sentir sino más bien, lo confunde. Me hace perder el juicio arrastrándome al abismo del falso entendimiento, crea una inexistente reflexión y solamente mi yo es el que manda. Ahora no es el momento propicio para que mi cólera asome por lo que prefiero salir de casa. He de refrescar mi mente y alejar estas ideas que van formando tormentas en mis pensamientos. Cierro la puerta de la calle con tanta fuerza que las paredes retumban, se resienten por la potencia de mi rabia. El sol de la tarde va matando las sombras anunciando que la noche va tomando forma. La calle empedrada me hace retroceder en el tiempo y en el sentir. Una época de felicidad adormecida en el recuerdo va aflorando. Es la hora del recreo. El camino se llena de niños y niñas llenos de dicha y felicidad enmarcados en sus sonrisas. Carreras, nombres, cierta mirada de complicidad en alguna travesura sin malicia. El maestro apoyado contra la pared de piedra tomando el sol mientras vigila que todo vaya bien. Ellas juegan a la comba y las de mayor edad, cuchichean en un pequeño corro mientras miran con ojos melosos para algún muchacho. Ellos más brutos, intentan demostrar su iniciada hombría con juegos más afines; el fútbol, el píocampo. Hace días que intentan jugar al Calderón, pero el maestro se lo prohíbe. Les argumenta que necesitan más espacio y menos niños revoloteado alrededor. De mala gana abandonan la idea aunque quedan en la explanada de la escombrera al salir de clase. Seguro que muchos no acudirán, tendrán que cumplir con las obligaciones de querer representar al hombre que habita en el niño cuando en realidad, sería todo lo contrario. Si no es el ganado, será la huerta o el prado. Su infancia asesinada en necesidades y mientras, sus sueños infantiles corren hacia el abismo del olvido. Camino entre ellos y me encuentro a mi mismo divirtiéndome, disfrutando del pedazo de libertad que durara exactamente veinte minutos y tras ellos, todo volverá a ser igual. Me alejo. Atrás quedan las risas y el alboroto, la inocencia atrapada en mandatos que al final, sin remedio, mataran infancias.

Tras la curvatura del camino nace el bar tienda. Es el centro de hombres y mujeres donde corren los chismorreos, el vino y los alimentos. Es el lugar en el que se cierran tratos y se juega a las cartas o al dominó. Donde se aprende a blasfemar y donde los santos del cielo bajan envueltos en mierda. Es el bautismo del hombre y la disipación del niño. Unos cuantos pasos más adelante, la iglesia puja con las casas que la rodean. Dos años de monaguillo en los que aprendí a saborear el vino de misa y a inventar las mentiras más absurdas. Una leve carcajada afloja en los hasta ahora apretados labios. Vagabundeo sin rumbo, sin buscar nada, simplemente me dejo llevar por la memoria. El reguero refleja en sus aguas puras los veranos de chapuzones después de un día de trabajo en los prados. Niños y niñas juntos jugando a descubrir el mundo de los adultos sin maldad, pero con intención de alcanzar el grado superlativo. Una nueva carcajada irrumpe tranquilizando mi espíritu. Cuantas truchas cogimos en aquellas aguas. La primera sensación que tuve al rozar su piel fue de admiración al comprobar lo resbaladizas que eran y sinembargo, que sencillo resultaba pillarlas sabiendo el truco necesario para ello. Otra carcajada, esta vez sonora al verme con mi inocencia pescando cordoveyos , que ridículo, pero que real la mojadura. La vida misma nos va enseñando lo dura que resulta cuando la ingenuidad nos acompaña del brazo. Cuando simplemente creemos todo lo que oímos sin perjuicio ni sospecha y aún en el cruel descubrimiento del engaño, seguimos creyendo que en la próxima ocasión no caeremos. La noche se apodera del mundo y me escolta como un guardián. En la escasa visibilidad los ánimos se templan. Vuelvo a encontrarme con mi yo y pienso que, talvez pueda darme otra oportunidad. Sí, porque no, firmaré el papel que me trajo el abogado e intentaré reiniciar el camino. Seguiré luchando. Comenzaré desde abajo, seré un niño en un mundo de hombres.

Por diego

Pues eso, alguien loco, con cinismo, pleno de deseo y vacío de saliva de tanto gritar en el desierto.