Otra vez no

A veces la vida nos pone pruebas demasiado duras y nosotros aún no hemos conseguido fabricar un airbag capaz de amortiguar los golpes de la decepción más desgarradora.

A pesar de que aún no ha cumplido los ocho años, Pablo ya cuenta con un amplio historial de angustiosas vivencias que cada día se le hacen más difíciles de soportar.

Hoy, como la mayoría de los días, está volviendo a ocurrir.

–«Por favor, por favor, por favor, otra vez no», se repite mentalmente mientras que, como un gato asustado, se acurruca en el hueco que separa su cama del armario ropero, a la vez que intenta taparse los oídos para no escuchar lo que está ocurriendo en la habitación contigua.

Los gritos de aquel hombre, seguidos de un ir y venir de muebles rodando por el suelo, sus hirientes insultos cargados de sinrazón, su furia descontrolada y un sinfín de despropósitos más, convertían aquel lugar en un verdadero infierno. Y lo peor, lo más terrible de todo, era el llanto silencioso de su madre. Pablo no podía soportarlo, no quería, y empujado por una rara mezcla de miedo y decisión, salió de su escondite dispuesto a enfrentarse a aquella terrible bestia que estaba acorralando a su madre.

¡Sí, le odiaba tanto que se sentía capaz de matarlo!

A mitad del camino, sus intenciones fueron interceptadas por los rugidos de aquella piltrafa humana cargada de alcohol.

–¿A dónde te crees que vas, mocoso?

–Deja en paz a mi mamá –gritó desesperado–.

La respuesta inmediata fue una bofetada que le hizo caer de bruces, provocándole un violento pánico que le inmovilizó en el suelo sin permitirle ni un sólo pestañeo y rompiendo añicos el sueño de proteger a su madre.

Tras de sí, escuchaba su voz entrecortada por el llanto.

¡A él no, por favor! ¡No te atrevas a tocarlo!

–¡Cállate inútil, que no sirves para nada!

Me mato a trabajar como un cabrón, todos los días ¿Para qué? Si llego a casa y me encuentro con dos idiotas incapaces de apreciar todo mi esfuerzo.

Dicho esto, salió dando un portazo y desapareció de su vista.

Pablo se levantó del suelo y abrazó a su madre, que le miraba horrorizada sin saber cómo darle una explicación coherente de lo ocurrido.

–Cariño… no pasa nada, no tengas miedo, mi amor –intentaba consolarlo mientras los suspiros sacudían todo su cuerpo–

Él no es mala persona –prosiguió–él nos quiere… Lo que pasa es que hoy tuvo un mal día en el trabajo, y… bebió, y…

Entre madre e hijo comenzó a gatear la desazón mientras un escozor salado e intenso arañaba los ojos de ambos, provocando al final que sus lágrimas salieran a la superficie con una violencia incontrolable.

–Tranquilo, mi amor. Ya verás cuando vuelva cómo está más calmado.

En el piso de abajo, un vecino cansado de oír voces y ruidos molestos que le impedían concentrarse en un interesante, según él, programa basura que la televisión estaba emitiendo en aquel momento, decidió llamar a la comisaría para denunciar que no podía aguantar más aquellos escándalos.

Cuando sonó el timbre de la puerta, Pablo soltó un alarido de miedo que su madre quiso impedir tapándole la boca, pero alguien lo había oído y volvió a sonar el timbre a la vez que una voz contundente les gritaba… ¡Policía, abran la puerta!

Pablo consiguió escurrirse de los brazos de su madre y salió como una exhalación, para abrir y apretarse como una lapa a la cintura de aquel hombre que llegaba a salvarles.

–¿Qué ocurre aquí? Preguntó el policía.

–Nada, no ocurre nada, señor –se apresuró a responder la madre–

–¡Mamá! –Gritó Pablo, protestando–

–Hágame caso, señor, el niño está nervioso. No sabe lo que dice.

Pablo, desconcertado, escuchaba incómodo la reacción de su madre, sin conseguir entender nada., mientras su interlocutor observaba a la mujer, con desconfianza y continuaba el interrogatorio.

–¿Y a usted, qué le ocurrió en la cara?

–No fue más que una caída, señor. A veces me baja la tensión.

–¿Está segura…? –Increpó el agente–

–Lo estoy, señor, no se preocupe. De todas formas, gracias por su interés.

Cuando el policía salió de aquella casa, llevaba en su rostro un gélido gesto que enmarcó a la perfección el rabioso susurro que su boca escupió en aquel momento. Una víctima más incapaz de delatar a su agresor…

¿Cómo cojones no habrá salido mi ex mujer así de prudente?

Por diego

Pues eso, alguien loco, con cinismo, pleno de deseo y vacío de saliva de tanto gritar en el desierto.

4 comentarios

  1. PRIMERO TENGO QUE FELICITAR A LA GRAN ESCRITORA DE ESTE CUENTO, CUYA IMAGINACIÓN ES EQUIVALENTE A LA CRUDA REALIDAD.
    UN BESO PARA TI ´´PILY´´ DE TU GRAN AMIGA MARIA. QUE CONSTE QUE ESTE COMENTARIO LO HA ESCRITO MARIA BOQUETE ROCA.

  2. Hola Pily ahora me toca a mi, la verdad es que mientras leíamos el cuento, los ojos permanecían abiertos, por la realidad que estabas narrando. La pena es el final que ójala fuera distinto, pero en la mayoría de los casos es así. El silencio gana la batalla al maltrato. Enhorabuena, por tu historia y quizás en un futuro los niños como Pablo no tengan que vivir esas experiencias. Un beso

  3. ¡Ay mi María preciosa! Gracias por tu generosidad. Para mí es muy halagador que una escritora de tu talla me dedique esas palabras tan bonitas.
    Y ahora… aunque sé que estás súper atareada con los estudios y las actividades extraescolares —que por supuesto deben ser tu prioridad absoluta— no quiero desaprovechar la ocasión de recordarte que tenemos muchísimas ganas de volver a disfrutar de otra de tus creaciones, así que, en cuanto tengas un pequeño hueco en tu agenda… ya sabes lo que tienes que hacer. Te esperamos.
    Besinos.

  4. Gracias por tu comentario, Marisa. A mí también me gustaría que ningún niño tuviera que vivir la tragedia de Pablo, pero es algo que, para vergüenza del ser humano, desgraciadamente aún sigue estando ahí.

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