Decrepitud

Las manos del peluquero movían las tijeras y el peine a una velocidad endemoniada, justo al lado de su oreja derecha. Tras el susto inicial y todavía con la breve sensación de angustia al recordar las gafas de Matías, de cristales gruesos y manchados, Antonio se relajó. Matías llevaba cortándole el pelo desde que era pequeño y nunca le había cortado nada que no quisiera.

A pesar de vivir en la otra parte de Madrid, Antonio seguía yendo por su barrio para realizar ciertas tareas. Cortarse el pelo era una de ellas, el ritual que más veces le conseguía devolver a las calles de su niñez y de las que ahora renegaba. El resto de obligaciones sólo le llevaban de vuelta al barrio una o dos veces al año y nunca solía implicarse tanto. Con toda la pasta que me dejo en esta peluquería, pensó, Matías debería haberla modernizado un poco. Sigue igual que en los años cincuenta.

–Tu padre ha vuelto a preguntar por ti.

«Decrepitud»

Por diego

Pues eso, alguien loco, con cinismo, pleno de deseo y vacío de saliva de tanto gritar en el desierto.