El horóscopo

Marga sabe que la suerte no existe, que todo lo relativo al azar es un dicho, un enorme bulo que se inventó alguien para vender más lotería. Desgraciadamente para ella, lo sabe desde hace poco tiempo, pero lo guarda como un enorme secreto. Sabe que la gente es incrédula y que, con una revelación semajante, hay que tener cuidado.

Desde hacía años, todas las mañanas a la hora del desayuno se repite el mismo ritual, en el que ella participa de buen grado. Un compañero, creyente acérrimo de las verdades del horóscopo, se pelea por el periódico del día en el bar de siempre. El dueño del bar, incluso, le guarda el diario cuando se van acercando las once. A esa hora, como un perro de presa, Juan otea todas las mesas del bar buscando a su objetivo y, si está siendo leído, se mantiene a distancia, espectante, pero sin perder el contacto visual. Una vez liberado, Juan cobra su pieza y, tras sentarse de nuevo en la mesa, se lanza a leer la sección de los horóscopos.

Como ya se sabe el signo zodiacal de cada uno, lee en voz alta y sin preguntar primero, la sarta de ambigüedades y despropósitos que van a suceder a cada uno a lo largo del día, deteniéndose en las partes más jugosas. Para el no hay otro momento como ese a lo largo del día. En ocasiones, estando en trance, recuerda los augurios del día anterior y los vincula a hechos que le sucedieron. Las palabras del periódico son tan ambigüas que todo cabe en ellas, desde el piar de los pájaros en un mañana de primavera, al accidente de coche que casi le mata. Sin embargo, para Juan, esas palabras indican cláramente su destino. Luego, tras el esfuerzo, se desploma en la silla y no vuelve a abrir la boca.

Pero esa mañana Marga le pide a Juan, un instante antes de que comience a desglosar los vaivenes de los Capricornio, su signo, que no lo haga. Es la única persona que tiene a la cabra como símbolo y, por lo tanto, no le estropea la revelación a nadie. Juan, extrañado, le pregunta a qué se debe su cambio de actitud, si ella era, antaño, la que más interés ponía en averiguar su futuro. No quiere herirle así que, sin dar demasiados detalles, le dice que ya sabe qué suerte tendrá a lo largo del día. Juan continúa con los Acuario, que hay dos.

Sólo hace unos días que Marga sabe que la suerte no existe y que el horóscopo engaña. Y lo sabe porque, precisamente, se lo ha dicho un horóscopo. En su bolso, dentro de la cartera y junto a la foto de su niña, guarda un recorte de periódico, un cuadradito con el vaticinio para los Capricornio del tres de mayo, en el que se puede leer:

Esta sección la hace una máquina que sólo junta palabras al azar. No se crea nada de lo que lea aquí. La suerte no existe y hoy tampoco le va a tocar la lotería. Salga ahí afuera y disfrute del día. De nada.

Por diego

Pues eso, alguien loco, con cinismo, pleno de deseo y vacío de saliva de tanto gritar en el desierto.

3 comentarios

  1. ¡Chapó! O «chapeau» o mejor: ¡me quito el sombrero! Como siempre, es un placer leer tus relatos.
    Me alegro mucho de volver a encontrarte por aquí, Diego. A ver si te animas a seguir.

  2. Me alegro que os guste. Aunque no lo parezca, este sitio no está muerto, sólo tiene una actualización muy lenta. Intentaré exprimir a las musas para poner más cuentos pero, como siempre, todo el mundo es bienvenido.

    ¡Saludos!

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