Hacia ya bastantes años que no visitaba aquel lugar: más de una década le había costado decidirse, pero una vez allí inspiró hondo y se adentró en el pasado con la tímida esperanza de recuperar alguno de los instantes perdidos. Caty, con las manos entrelazadas, apretó sus dedos nerviosamente hasta conseguir que los nudillos palidecieran por falta de riego sanguíneo. No sentía dolor físico, únicamente notaba en su pecho violentas sacudidas generadas por dosis ilimitadas de añoranza. Tímidamente se acercó un poco más al viejo caserón y abrazó aquel paisaje con la mirada, al tiempo que escuchaba la voz de su nieto ávida de curiosidad…
–¿Qué hay dentro de la casa, abuela?
Pero Caty no respondía, se había quedado muda, los recuerdos se colaban en su cabeza, como intrusos, y sólo consiguió replicarle esbozando un gesto vago con la mano.
–¿Abuela…?
El niño insistía en la pregunta, mientras ella buscaba refugio en el territorio de los secretos, mezclando el pasado con el presente y, aun siendo consciente de que el tiempo manipula los recuerdos, en aquel momento se sintió demasiado vulnerable rescatando de su memoria una inmensa colección de instantes. Era como si hubiese abierto la puerta a otro mundo. Todo lo allí vivido se había esfumado provocándole, en su día, un estado de perpleja indefesión, pero con el paso del tiempo había aprendido a resignarse. Sólo de vez en cuando, su mirada ausente se paraba en el horizonte intentando recuperar momentos perdidos.
Después de tantos años siguen estando ahí… –pensó– y sumergida en el pasado se dejó llevar por la luz de los fantasmas que le producían un efecto analgésico sobre los surcos de su memoria. Aunque tenía que admitir que, más de una vez, también había sentido la necesidad de crear nuevos sentimientos para sepultar los anteriores.
A veces la fantasía puede ser una gran aliada, se repetía a menudo, tratando de autoconvencerse, para mentirse con total impunidad a sí misma y negar la evidencia de que casi todas las personas de este mundo tienen su lado oscuro. ¿Cómo aceptar que el tiempo y los desencuentros habían minado gran parte de sus anhelos, creando un pozo de resentimiento que cada vez hacía más difíciles las reconciliaciones con el pasado? A estas alturas de la vida, pensaba, está demostrado que, con el paso de los años, en vez de mermar, crece el tamaño del rencor injustificado… Pero la vida es corta, demasiado corta. No se debe perder el tiempo en banalidades. De cualquier manera, lo mejor que se puede hacer es poner el máximo empeño en apreciar las cosas buenas que la vida nos ofrece para nuestro deleite.
Nuevamente, el niño, con el brillo de una sonrisa en sus ojos, vislumbró una posibilidad de acercamiento hacia su abuela y, sin dudarlo, convirtió sus dudas en persistentes interrogantes.
–¿Abuela? ¿Tú sabes lo que hay dentro de la casa? Le insistía una y otra vez, al tiempo que la observaba distraída, atrapada en el recuerdo.
No se debe hilvanar el pasado, suspiró con un hilo de voz, mientras sonreía a su nieto. Luego sacudió su cabeza tratando de zafarse de aquel discurso silencioso e ineficaz que la envolvía en incómodos arrebatos de fragilidad y concentró toda su atención en aquella preciosa criatura que tiraba con insistencia de su chaqueta mientras la ametrallaba a preguntas. La dicha más perfecta se dibujaba en aquel rostro lleno de curiosidad que se asomaba a una vida plagada de emociones por descubrir. Con una inmensa ternura, Caty abrazó a su nieto y sintió la necesidad de alargar un poco más ese fragmento de tiempo suspendido entre la felicidad más absoluta, y entonces mismo decidió cortar el cordón umbilical con el pasado y responder con determinación a las preguntas del presente.
–¿Qué qué hay dentro de la casa? Respondió por fin al pequeño, dedicándole una firme y amplia sonrisa. Recuerdos, cariño, sólo recuerdos.