¿Recuerdas? ¿Algo tan simple como un beso? Ni más ni menos que eso, un gesto, un detalle, un momento, una emoción.
Aún recuerdo a aquél niño, emocionado al ver que su padre regresaba de una nueva jornada en la mina. Un día más habiendo superado los peligros que le acechaban a mil metros de profundidad, intentando extraer de la tierra el negro mineral del que tenían que comer todas las familias del pueblo.
Era lo mejor del día. La llegada del padre, con la cara aún ennegrecida del trabajo en la mina y el niño feliz por verlo de nuevo, que corría presuroso a darle un beso de bienvenida.
Algo tan simple como eso. Un beso. El de la mañana a modo de despedida, que podría ser el último que le daría y el de regreso a la casa, que era el primero de una nueva vida.
Eran tiempos difíciles para un trabajador del carbón. Los accidentes eran el pan nuestro de cada día y las familias rotas eran mayoría en el pueblo. El mejor regalo era saber que no había pasado nada y poder disfrutar de la compañía de los tuyos, una noche más.
Luego, si todo iba bien y no había que sustituir a ninguno de los vecinos fallecidos en accidente, podrías disfrutar de un día de descanso en el que jugar con tu padre al fútbol, o a ir de excursión al monte en busca de castañas en otoño, o simplemente para poder ver el castillete de la mina desde lo alto y decir que no siempre lo mirabas desde abajo.
Como todos los pueblos mineros, las calles tenían ese tono gris parduzco que les daban los hollines y restos de polvo que salían del interior de la mina y de los lavaderos de carbón. Quizá no era el paisaje más bonito de la región, pero era el que daba color a una vida llena de momentos de otros colores, que por contraste con aquél se hacían más intensos.
Los partidos de fútbol a la salida del colegio eran especiales, sobre todo cuando los podíamos acabar sin oír las sirenas que nos avisaban de la ocurrencia de un nuevo accidente bajo nuestros pies. La victoria y la derrota en aquellos encuentros tenían un sabor especial si sabíamos que nadie había fallecido trabajando mil metros por debajo de nuestro campo.
Los bocadillos de chorizo, de queso, de dulce del que hacían nuestras madres. Y aquél sabor ligeramente amargo de la sidra del abuelo cuando llegaba el verano y nos dejaban beber, cuando íbamos a la hierba.
Sí. Sensaciones, recuerdos, momentos. ¿Recuerdas?
Pues si. Lo recuerdo. Y lo recuerdo ahora, precisamente ahora, que estoy haciendo cola en la caja número doce de este centro comercial que han construido justo encima de lo que era la bocamina por la que salía mi padre, un día si y otro también, mientras intento comprender qué significan todos estos paquetes que llevo en el carro de la compra.
Cuando a mí me valía simplemente con eso. Un beso, una caricia, un momento. Una sensación.
Y una triste certeza. ¿Cuánto tiempo hace que no le doy un beso a mi hijo?
Muy emotivo. Cuantos besos quedaron en el aire sin llegar a ser recibidos por esa persona necesitada de ellos. Y al final simplemente era un beso. Recuerdos, solo recuerdos que me abruman, que me llaman y tú los has despertado con tu relato.