Tránsito

En plena crisis existencial y sin la más remota idea de qué hacer con su vida, Pablo cruzó la estrecha calle que le separaba de unos grandes almacenes donde exhibían, en alguno de sus escaparates, los últimos retazos de unas rebajas poco exitosas.

En el lateral de la tienda, otro generoso expositor también ofrecía un amplio surtido de apetitosos productos, típicos de la región, que atraían la vista de cada transeúnte que pasaba.

Pablo se paró frente a ellos y observó su propio rostro difuminado por el reflejo del cristal que le separaba de aquellos jugosos manjares. Le costó reconocerse, desaliñado, con barba de unos cuantos días y la desesperación dibujada en su rostro, se veía a sí mismo como un auténtico extraño incapaz de tomar posición en la vida.

Últimamente no tenía nada que hacer, por eso le sobraba tiempo para pensar, lo malo era que ni siquiera había aprendido a canalizar sus pensamientos para usarlos en su propio beneficio.

Por un momento le asaltó la idea de salir corriendo de allí, estaba empezando a sentirse incómodo ante la visión de tanta comida, pero a pesar de todo volvió a revisar con detenimiento todo lo que su vista alcanzaba mientras su estómago se revelaba con fuertes calambres musculares recordándole que llevaba demasiado tiempo en ayunas.

No entendía porqué no estaba en su casa ¿Cuántos días llevaba fuera? Ya había perdido la cuenta, ahora era un vagabundo, un furtivo, irritado con el destino que le estaba enseñando su cara más desafiante.

Pablo reconocía que su carácter visceral, algunas veces le hacía estallar ante la más mínima contrariedad, pero ¿qué había ocurrido ahora? Su propia reflexión logró palidecer el gesto de su cara mientras se escuchaba a sí mismo enzarzado entre una retahíla de preguntas para las que no hallaba respuesta.

¿Cómo es posible que unas personas tan ineficaces, obsoletas y retorcidas como son sus superiores, pudieran llegar a ocupar puestos de mando tan relevantes?

¿Cómo se les puede permitir dirigir una empresa, a priori boyante, para que con su equivocada política de trabajo terminen convirtiéndola en un rotundo fracaso que arrastrará al paro a muchos y buenos profesionales? Al menos en su empresa, piensa, hasta ahora sólo han demostrado que no saben, o no quieren hacer bien su trabajo.

¡Qué saben ellos de disciplina estructura y orden, si nunca aprendieron a escuchar!

No tienen capacidad para husmear entre las cosas importantes de la vida, ni saben digerir con prudencia su posición privilegiada. Además, Pablo estaba seguro de que, jamás ninguno de ellos, se habían parado a pesar lo cruel que resultaba premiar el exceso de sensibilidad con el ridículo.

Su desconcierto crecía por momentos. Cuanto más pensaba menos comprendía, aunque en el fondo, de lo que sí estaba convencido era que detrás de los ataques injustificados de sus superiores se encontraba la búsqueda de ese alivio mezquino que producía el hecho de magnificar las faltas ajenas, con el fin de librarse y ocultar las propias. Sólo eso podría justificar una actitud tan avasalladora.

En su cabeza aún resonaba con clara nitidez el furioso ultimátum con el que, sin saber por qué, hacía unos días su jefa le había obsequiado. Esto es lo que hay, le dijo, o lo tomas o lo dejas. Total, uno más en la lista del paro no alterará demasiado la situación de este país.

Pablo no podía disimular el rechazo que le producía pensar en aquella mujer, Susana, una ignorante prepotente que aprovechaba los méritos ajenos para ponerse medallas a sí misma.

Aunque, por otra parte, era difícil creer que después de tantos años teniendo una vida en común, de repente todo se derrumbara sin darle tiempo siquiera para asumir el fracaso.

¿Una vida en común…?

Que raro le estaba sonando todo aquello.

Cada vez más desconcertado, trata de analizar la situación, mientras su propio replanteamiento le inquieta sumergiéndole en una conducta irracional. Quiere convencerse de que todo es una pesadilla, pero enseguida su propio sueño le empuja a divagar sobre los fantasmas de la melancolía, capaces de transportarlo a un largo viaje de sensaciones, producido por el constante zarandeo de la vida.

Lentamente se da cuenta de que el extraño sopor que le envuelve comienza a disiparse a la vez que la machacona alarma de un despertador le obliga a volver a la realidad.

Desde la cocina un agradable olor a café recién hecho le invita a levantarse mientras una recia y familiar voz femenina le advierte de que si no se da prisa llegarán tarde al trabajo.

Absolutamente hipnotizado, Pablo mira a Susana y su perplejidad traspasa la imaginación cuando escucha su claro mensaje: cariño, ¿has revisado ya algún contrato? Recuerda que hoy nos toca despedir a otros dos trabajadores.

Por diego

Pues eso, alguien loco, con cinismo, pleno de deseo y vacío de saliva de tanto gritar en el desierto.

3 comentarios

  1. Q inusta es la vida… y la dichosa crisis q no se acaba… como tambien es injusto q una no sepa ni aclararse al escribir la nota del mercadona y otra se ponga a escribir y con las mismas letras sea capaz de hacerte llegar a otra dimension… bravo!

  2. Como la vida misma. Escribes con la misma facilidad que tiene el pez grande para comerse al pequeño.

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