Un baño de realidad

Cuando María se decide a cruzar el pasillo de la sala principal, mira distraída hacia la calle que le está ofreciendo la posibilidad de ser cómplice de sus anhelos más secretos; desea salir de allí cuanto antes y la visión de la puerta abierta provoca un latigazo en su mente que consigue iluminar su mirada con un extraño resplandor pasajero. ¿Qué estoy haciendo aquí?, se pregunta angustiada, mientras una silenciosa respuesta no cesa de enviarle señales de alarma.

A ella siempre le había asustado la inercia, era consciente de que la nostalgia no era buena compañera y por eso, en ese mismo instante, se deja envolver por un tenue soplo vital que consigue romper los límites que la paralizan. Pero todo es pasajero, un mero espejismo. Allí dentro predomina la ausencia de contacto con el mundo exterior y se siente obligada a camuflar sus sentimientos evitando pronunciar ni una discreta queja por tanta ingratitud.
Sin la mínima oportunidad de rebelión renuncia mansamente a sus derechos mientras siente cómo su dignidad se arrastra por el suelo, y comprende por fin, que la agresión del miedo siempre le ha impedido enfrentarse a la vida, capaz de humillar cualquier sueño prematuro. Ahora, quizás demasiado tarde, se está dando cuenta de que no resulta nada cómodo hacerse mayor.

Prisionera de sus circunstancias, María comprende que sus propios pensamientos la están fustigando y quiere huir de ellos volviendo a la realidad. Mira su entorno y detiene su atención en una mujer, aparentemente joven, que mantiene una animada conversación con un invisible acompañante. Tras la pantalla de la incoherencia se adivina una tenue chispa de esperanza, disfrazada siempre de palabras vacías que consiguen desbordar el silencio con un amplio gesto de estúpidas miradas. La misteriosa mujer lleva los labios pintados en un color cereza intenso, con un grueso trazado que llega hasta casi el comienzo de su nariz, viste un amplio traje rojo y en su regazo sostiene, asido con las dos manos, un gran bolso marrón del que no aparta la vista mientras se embriaga de frases persistentes como latidos convulsos.

María siente un escalofrío repentino y aparta la vista de la mujer de rojo, con el único propósito de borrar aquella dolorosa estampa, pero unos pasos más adelante, un extraño hombre también balbucea incoherencias mientras mueve insistentemente su cabeza de un lado a otro, como si fuera el péndulo de un reloj enloquecido. Por las comisuras de sus labios resbala una saliva espumosa que gotea pausadamente sobre unas raídas zapatillas que él arrastra con dificultad en su peculiar forma de caminar.

Ya es suficiente, se recrimina a sí misma, y trata de huir de aquella realidad que la persigue, intentando buscar cobijo en su dormitorio donde un silencio denso, sólo interrumpido por el respirar dificultoso que emiten los gruñidos de la mujer que ocupa la cama contigua, lo envuelve todo. Un viejo orinal al lado de la mesilla de noche enmarca a la perfección las carencias de aquel antro. Tampoco allí le es posible encontrar sosiego.

El siguiente intento de huida por su parte, la hizo visualizar a un coro de ancianos indiferentes, esperando que el reloj que presidía sus vidas acelerase un poco más el ritmo que les conduciría hacia la nada.

Repentinamente, María se siente zarandeada por una incómoda angustia que atenaza con fuerza su garganta mientras vuelve a observar indecisa la puerta de salida. Lleva demasiados días en aquel inhóspito lugar y aún no entiende por qué está allí, por qué no le permiten volver a su casa.

Vencida, con un ademán de forzada resignación vuelve sobre sus pasos y se deja caer sobre el único culpable de engullir cada segundo de su vacía existencia, el sofá que está al final de la sala comunitaria.

Allí es donde ahora malgasta todo su tiempo y donde reflexiona constantemente sobre su situación. No entiende nada. ¿O sí?

Reciamente, mientras deja que un vendaval de dudas la salpique, intenta abrir la jaula de sombras que la envuelve y consigue arrebatarle un trozo de lucidez a tanta desmemoria. Es fácil perderse en el laberinto de las ideas confusas, piensa,  consciente de que resulta más cómodo aferrarse al olvido, con el fin de obviar realidades demasiado dolorosas.

María, con una tristeza indefinida, mira a sus compañeros de viaje hacia la nada y se desmorona. En aquel momento le hubiese gustado poder salir a la calle para buscar refugio en lo inesperado, pero desgraciadamente está demasiado lúcida y comprende que lo que no tiene raíces es sólo una ilusión.

Está harta de ver la vida tras los cristales y le gustaría participar en ella, pero mientras sueña, adivina el miedo que intenta paralizarla obsequiándola con un terrible baño de realidad y siente cómo una dolorosa explosión en su memoria consigue que zozobren todas sus expectativas.

Por diego

Pues eso, alguien loco, con cinismo, pleno de deseo y vacío de saliva de tanto gritar en el desierto.

9 comentarios

  1. Y dices que eres fiel seguidora de quién? enhorabuena, hay tantas cosas positivas que nombrar sobre tu texto que mi pacto con la almohada dejaría inconclusa la tarea. Enhorabuena! 🙂

  2. ¡Cómo me ha gustado! ¡Qué sutil y que visible a la vez! Sigue escribiendo, no pares nunca que siempre habrá personas que estamos deseando leerte.

    1. Muchísimas gracias a los dos. Para mí es un honor teneros de comentaristas.
      Un abrazo. 🙂 🙂 🙂

  3. Ja. Apendiz, ja jaja En tu línea. Como siempre fantasticooooooooooo ya te faltan 18 pal libru

  4. Cria cuervos y te sacaran los ojos, aunque lo de maria debe ser una urraca de esas q olvidan sus origenes y a quien le deben la vida por tirarse a lo brillante… aunque no sea lo brillante a veces lo que mas destaque para los demas sino la soledad y la nula generosidad q algunos malos hijos regalan a sus padres abandonandolos como a un perro…

    1. Muchas gracias. En este caso concreto únicamente me limito a describir la estampa de una penosa realidad.

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